Antes de Francisco Franco hubo un Franquito. Y antes del
temible Generalísimo también existió un chaval enamoradizo y tímido. El
corazón de aquel joven llamado Paquito lo hizo trizas una niña de dulce
acento cubano llamada Sofía Subirán. Corría el año 1912 y Franco, recién
llegado a Melilla, donde cumplió los 20 años, quedó prendado de la hija
de José Subirán, el comandante en plaza. Aquella niña no tenía más que
15 años, casi la misma edad que tendría, años después, Carmen Polo
cuando cayó en los brazos del general.
Sofía nunca estuvo enamorada de Paquito (siempre lo llamó
así), lo que acabó ofuscando a aquel ambicioso militar que casi se deja
la vida en el frente para conseguir un rápido ascenso, pues los galones
eran la única llave que abría el Casino Militar de Melilla, escenario
de los bailes de los viernes en los que Franco asaltaría a la hija del
comandante. En ese edificio de tres alturas y fachada cóncava que sigue
intacto en la ciudad, aquel veinteañero fogoso echaba sus tímidas redes
sobre Sofía. Casi nunca se atrevía a sacarla a bailar. «Era muy
patosillo», reconocería a la vejez su pretendida, víctima del tedioso
acoso de aquel chico que llegó a teniente en pocos meses. «Paquito
prefería que hablásemos, pero a mí me aburría un poco».
Paquito y Sofía comenzaron a cartearse el 6 de febrero de
1913. Franco siempre elegía postales con imágenes de niñas en poses
tiernas e inocentes que apuraba hasta el último centímetro. Escribía por
delante y por detrás. En horizontal y en vertical. Ese joven enamorado
recurría a un estilo calificado como «romanticismo castrense» por
Fernando Ruiz Barrachina. Este escritor y cineasta publicó en 2006 el
libro 'Le ordeno a usted que me quiera' (Lumen). El título recoge la
frase que aparece en una de las últimas postales, cuando Franco ya
advierte que su amor no es correspondido. Se aproxima el 5 de junio de
1913, cuando concluye su relación epistolar, el momento en el que la
desesperación se apodera del teniente, a quien su orgullo le impide
reconocer la derrota, oculta bajo frases como la anterior u otras como
«Le permito que me quiera un poco».
Su efímera amistad con Sofía permite intuir algunos
detalles de la personalidad del Generalísimo. Así lo interpreta Fernando
Ruiz. «Sus postales descubren que los collares, en realidad, no eran
algo distintivo de Carmen Polo, sino un fetiche de Franco», quien los
pintaba a mano, con tinta china, en las postales que enviaba a Sofía
Subirán. La esposa del Caudillo, además, era un calco de su primer amor.
Hasta el punto de que en la Pascua Militar de Zaragoza, en 1940, Sofía
llegó con su padre en coche a la Academia Militar y, cuando bajó del
vehículo, fue vitoreada por la gente al confundirla con Carmen Polo. El
detalle disgustó a la mujer del Generalísimo, que vetó su presencia en
cualquier acto al que ella acudiera.
«¡Corre, viene mi padre!»
Sofía Subirán murió como una solterona a finales de los
80 en Zaragoza. Esta mujer de origen caribeño no solo rechazó a Paquito,
sino a muchos otros. Fernando Ruiz cree que tanto ella como su familia
consideraban que ningún hombre «estaba a su altura». El primero fue
Franquito, a quien el comandante Subirán no veía con buenos ojos. A la
niña le tocaba alertar a su pretendiente. «Si de lejos veía que se
acercaba, decía: '¡Por Dios, Paquito, corre que viene mi padre!' Y él
echaba a correr como un gamo. El hombre que más hizo correr a Franco en
esta vida fue mi padre», comentó Sofía a Vicente Gracia y Enrique
Salgado en el libro 'Las cartas de amor de Franco' (Ediciones Actuales).
A finales de los 60, Sofía quemó todas las cartas. Salvo 33 que en 1997
pasaron a manos de un coleccionista. Estas reliquias las subastará la
casa Durán el 21 de febrero en Madrid con un precio de salida de 25.000
euros. Habrá tres lotes más: un conjunto de las notas manuscritas que
hacía antes de un discurso, como el que redactó tras el hundimiento del
crucero Baleares, en 1938; un montaje fotográfico del proyecto del Valle
de los Caídos sobre el que Franco pintó la cruz a mano, y un
epistolario de simpatizantes del General. «Es la mejor y más completa
recopilación de documentos de Franco que jamás haya salido a subasta»,
subraya la casa Durán.
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